Frente al independentismo:
¡Catalanidad, Hispanidad, Cristiandad!
¡Catalanes,
españoles, amigos y correligionarios!
Nos
reunimos en Montserrat, el corazón espiritual de Cataluña, para denunciar el
error y la locura de la deriva independentista que últimamente agita nuestra
tierra y proclamar, una vez más, la única solución ante el abismo a que nos
aboca una perversa y pervertidora casta política. Nuestra premisa es tan
sencilla como sublime: Cataluña sé tu misma, vuelve a tus orígenes,
redescubre tu verdadera tradición. Frente a los que proclaman que el
ser catalán sólo puede provenir de una emancipación, nosotros respondemos con
Torras i Bages que “Cataluña será
cristiana, o no será”. Los que cantan una futura plenitud con la independencia,
son ciegos incapaces de ver que la verdadera Cataluña está agonizante. Los que
aspiran a independizarla de España no representan sino la podredumbre de un
cuerpo social casi muerto. Por el contrario, nosotros somos los auténticos herederos
dels Almogàvers, els miquelets, el
reialistes, els malcontents, els matiners o els carlins de les muntanyes, esto es, de aquellas generaciones de
catalanes que supieron ser fieles a su identidad combatiendo hasta el mayor
sacrificio. Por eso estamos obligados a levantar una bandera, humilde pero
firme, que ilumine entre tanta confusión. En la actual sociedad de masas, del dominio absoluto de las estructuras mentales
y afectivas de los individuos gracias al control mediático, a la estatalización
y subvención constante que mata la vida social, al desarraigo social y
existencial, es muy fácil movilizar manifestaciones y reclamar locuras que
movilizan individuos que buscan desesperadamente identidades fáciles aunque falsas. Sólo una Tradición viva nos puede guiar a discernir los tiempos
actuales y determinar el futuro que han de seguir las próximas generaciones.
Este es nuestro tesoro y esta nuestra sabiduría: la fidelidad a lo que fueron
nuestros mayores.
¿Qué
ha sido verdaderamente Cataluña?
“Catalunya
Comtat Gran”, que rezaba el viejo himno dels
Segadors, que pervirtieron catalanistas y masones cambiando la letra
original, fue una realidad política que se configuró al amparo del imperio
carolingio, del que pasó a ser directamente parte integrante de la Corona de
Aragón en el siglo XIII, por el Tratado de Corbeil (1258). Durante siglos Cataluña
fue conocida como la Marca hispánica y sus habitantes,
mucho antes de que apareciera la palabra “catalán”, fueron denominados
“hispanos”. Al igual que los nuevos reinos y condados cristianos que surgían
con la Reconquista, los condados catalanes participaron en la el proyecto de las
Españas frente al islam. Tuvimos nuestra
propia Covadonga en las peñas de Montgrony y el monasterio de Ripoll fue la
cuna de una unidad política y religiosa. De la Corona de Aragón recibimos la
Diputación General (La Generalitat) que fue instituida no en tierra catalana
sino en las Cortes de Monzón. Como en buena parte de las Españas fueron
cristalizando en nuestras tierras instituciones políticas, como las Cortes
medievales, que asombraron al mundo y que reflejaban lo que la Cristiandad
podía representar como encarnación
histórica y no como mero ideal abstracto.
Los
Fueros, Constituciones y libertades de Cataluña como reconocimiento de la Corona
de Aragón de la identidad de nuestra tierra permitió el desarrollo de una
legislación civil propia que representaba el carácter de nuestro pueblo. La
unión de la Corona de Aragón y Castilla fue celebrada como el encuentro de hermanos y los Austrias
supieron reconocer la realidad de las Españas. La Guerra de sucesión a inicios
del siglo XVIII demostró que una parte de Cataluña aún quería ser fiel a esa Cristiandad medieval. La
pérdida de los fueros no impidió que el derecho civil catalán siguiera
desarrollándose ni que se doblegara nuestra personalidad, pues ese siglo
representó un gran crecimiento que integró aún más Cataluña con los pueblos
hispánicos. Si a principios del siglo XVIII, un aciago 11 de septiembre de 1714, el pueblo de Barcelona se mostró monárquico, español y profundamente
católico; a finales de esa centuria, en la Guerra Gran (1793-1795), contra
los revolucionarios franceses, Cataluña, con sus tercios de miquelets, demostró que era el más
monárquico, católico y contrarrevolucionario de los pueblos españoles.
Emprendiendo ella sola una guerra contra la revolución francesa, intentando
reconquistar el Rosellón para España.
Y
así se inició el siglo XIX, donde la montaña
catalana fue la patria intermitente de miles de compatriotas que se alzaron
en armas contra las revoluciones que empezaban a agitar toda Europa. Cataluña
destacó por ser la primera en derrotar a las fuerzas napoleónicas en los Bruchs, mientras que las guerrillas
arreciaban en los campos. Los catalanes lucharon después como reialistes
contra los guiños de Fernando VII a la revolución, al igual que els
malcontents, que volvieron a
agitar nuestra tierra cuando los gobiernos liberales empezaban a ensayar una
centralización del Estado moderno (mil veces más homogeneizador que el Decreto de
Nueva Planta) e iniciaban sus ataques a la Iglesia. Tras lo cual llegó la
primera guerra carlista, y luego la dels matiners, y por último, la gran
cruzada iniciada por los catalanes a las órdenes de Don Alfonso Carlos por su
hermano Carlos VII, que tantos recuerdos dejó arraigados en las masías de terra endins. La resistencia titánica
del pueblo catalán a la revolución, en cuanto lo que implicaba de anticlerical
y antitradicional al intentar que los Estados modernos absorbieran la vida
espiritual y social, no tuvo paragón y es análoga a la resistencia macabea.
Pero en el siglo XX esta lucha quedó truncada ante la emergencia de un nuevo
fenómeno político: el catalanismo.
Origen
y sentido del catalanismo
No
podría explicarse el catalanismo sino como una estrategia del liberalismo para aniquilar el carlismo. Aquél,
aunque había derrotado al carlismo en el campo de batalla, nunca lo había
podido batir en la vida social. El catalanismo surgió como una extraña mezcla
de elementos que lo convirtieron en una fuerza política sin prededentes. Por un
lado fue fruto del romanticismo que recorría Europa y que llevó a “reinventar”
la Edad Media imaginando naciones y proezas donde jamás existieron. Baste como
ejemplo la reivindicación de la bandera catalana (en realidad siempre llamada la
Senyal Real d´Aragó) por parte de los historiadores románticos, como si fuera
una herencia recibida por Guifredo el Velloso cuando, tras una batalla, el rey
franco Carlos el Calvo untó sus dedos en su sangre y dibujó las cuatro barras
rojas sobre su escudo. Esta mitificación ha durado hasta nuestros días y tiene
como motivo eliminar el sentido de pertenencia a la Corona de Aragón.
Por
otro, el catalanismo fue fruto de la instrumentalización
de la burguesía catalana de un sentimiento derivado de la frustración ante
la pérdida de las últimas provincias de ultramar. La sensación de decadencia y
fracaso del Estado español fue utilizada por la burguesía para sojuzgar unos
gobiernos centrales y sacarles el mayor rédito económico posible. Para ello
jugó un papel importante Prat de la Riba,
fundador del catalanismo político tal y como lo conocemos, al proporcionarles
una ideología, el catalanismo, que se presentaba como moderna y a la vez como
tradicional. La burguesía catalana contradictoriamente conservadora y revolucionaria a la vez, utilizó ese sentimiento
para constituir la Lliga regionalista.
El
catalanismo pronto intentó monopolizar el catolicismo para conseguirse una base
social, presentándose como la única forma eficaz de defender la catolicidad (y
acusando al carlismo levantisco de ser una forma caduca de defender la fe). Sin
embargo, no tuvo reparos en congratularse con la monarquía liberal restaurada
tras la primera República. El catalanismo creció gracias a que una parte del clero catalán se hizo catalanista a cambio de prebendas y altos
cargos eclesiales, mientras que la dinastía liberal inundaba con títulos de
nobleza a los ricos fabricantes. Muchos católicos, incluso tradicionalistas, se
sintieron embelesados por esta propuesta y traicionaron sus raíces. La
aparición del catalanismo fue el inicio de la desactivación del hasta entonces
irreductible carlismo catalán. A la postre, una parte de la burguesía catalana
exasperaba por su codicia encarnaron la injusticia social oprimiendo a obreros
e inmigrantes que pronto se sintieron atraídos por los cantos de sirena revolucionarios. El anarquismo, el lerrouxismo, el
republicanismo fueron arraigando en las ciudades catalanas y se preparaban así
funestas revoluciones que fueron desde la Semana trágica de 1909 hasta la
revolución que se explotó en julio de 1936. Cataluña, sin darse cuenta, por
obra y gracia de la burguesía catalanista, se transformaba de una sociedad
tradicional en una masa revolucionaria.
Las
estrategias del catalanismo y sus abismos políticos
Dejando
de lado el federalismo republicano de Almirall, antecedente escuálido de un
catalanismo que no renegaba de la nación española, el catalanismo político
debió su triunfo a la Lliga regionalista. Ello fue posible por sus cálculos y
estrategias. El catalanismo hizo creer a muchos que incluso los catalanes
pertenecíamos a una raza superior; que Castilla siempre nos había oprimido; que
los españoles en general nos odiaban. Estas mentiras fueron convenciendo
incluso a los que las inventaron. En la medida que se fomentaba un
resentimiento hacia España que tenía sus resultados en las urnas, el
catalanismo apelaba a la masa conservadora y católica de Cataluña. El gran
líder de la Lliga y heredero de Prat de la Riba, Cambó, apelaba al voto católico mientras que el mismo llevaba una
vida frívola, agnóstica y se codeaba con los Rotarios. El resentimiento que se sembró acabó dando sus inesperados frutos.
Ante el auge del caos social, el catalanismo político apoyó a la Dictadura de
Primo de Rivera. Los líderes de la Lliga se olvidaron pronto de la Autonomía
conseguida con la Mancomunitat, con tal de que se salvaguardaran sus fábricas y
ganancias de las agitaciones revolucionarias. Ello tuvo un efecto inesperado.
Tras
la Dictadura de Primo de Rivera, la Lliga
pensó que el pueblo catalán le daría su pleno apoyo, pero las urnas dieron el
poder a una recién nacida Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), liderada por
un quijotesco Macià que encandiló a
las masas que le apodaron “L´avi” (el abuelo). El catalanismo se había
convertido en una ideología autónoma que no reconocía a sus orígenes
conservadores y se deslizaba con fluidez por el discurso de las izquierdas. Con
la Llegada de la II República las calles de Barcelona se llenaron de populacho
que gritaba sin parar: ¡Visca Macià, Mori Cambó! El
catalanismo se había emancipado de su creador y reclamaba la muerte del padre. Pocos años más tarde, con la Guerra
civil, se demostraría que el catalanismo original seguía siendo fruto de la
burguesía y no tuvo ningún reparo en apoyar a Franco y su sublevación, con tal
de que se les devolviera las fábricas. Pero quizá lo más paradójico es
descubrir cómo entre los más entusiastas del catalanismo y la República estaba
un sector del clero que después habría de sufrir cruenta persecución. Los
desvaríos del clero catalanista llevaron incluso a fundar, contra la Acción
Católica Española, la Federació de Joves Cristians de Catalunya, los fejocistas, argumentando que el pueblo
catalán tenía una espiritualidad católica diferente al resto de los pueblos
españoles. No somos nadie para juzgar esas almas, pues muchos de ellos serían
mártires en 1936, pero sí debemos denunciar la estrategia política que llevó a
consolidar un catalanismo de gérmenes revolucionarios que más tarde se volvería
contra la Iglesia. Los escamots de
ERC, herederos inesperados de la Lliga conservadora, mancharon sus manos hasta
la saciedad con la sangre de miles de sacerdotes y fieles católicos.
El
ejemplo de nuestro Tercio de Requetés: el amor frente al odio
A
este Mausoleo del Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat fueron
trasladados los restos de muchos
combatientes que ofrendaron sus vidas por la Tradición. Este lugar santo
representa además la quinta esencia de nuestra tierra, pues los verdaderos herederos de los
combatientes del 11 de septiembre, de la Guerra Gran, de la Guerra del
Francés y las Guerras carlistas están aquí. Entre tantas generaciones hay un
nexo de unión que es la “rauxa” catalana cuando se trata de defender lo que
funda la esencia de nuestro pueblo. Durante la persecución religiosa del 1936-39,
en Cataluña fueron asesinados más de 3.000 carlistas, nada comparable con las
pocas decenas de asesinados de la Lliga. Los esfuerzos de Companys por salvar catalanistas, aunque fueran de derechas, dio su
fruto, pero otros catalanes no catalanistas fueron abandonados a su suerte.
Ello no impidió que fueran asesinados 150 fejocistas
a causa de su fe.
Lo
que pocos saben es que muchos fejocistas,
que consiguieron huir de Cataluña durante la persecución, se alistaron al
Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat. Se les podía haber
reprochado su insensatez catalanista o acusado de las desgracias que asolaban nuestro
suelo patrio, pero los requetés supieron tener alteza de miras y reconocer lo
más alto y profundo que les unía: la misma fe y en el fondo un amor sincero a
su tierra. Así, en correspondencia, los antiguos catalanistas aprendieron a llevar
con orgullo la boina roja, amar la Patria y morir, muchos de ellos, gritando Visca Espanya. En el Tercio se produjo
el milagro de cómo aquellos catalanistas que sólo reconocían la Patria chica, abrazaron
la Patria grande, descubriendo que esos amores no son incompatibles. Esta es la
lección que hoy queremos mostrar a todos los catalanes de buena fe, muchos de
ellos engañados y contaminados de un nuevo romanticismo burgués y deseosos de
una mística que dé sentido a sus vidas, y que sus párrocos han dejado de
ofrecerles. No lo dudemos, el triunfo actual del nacionalismo se corresponde
con la secularización imperante y ésta por la dejación de muchos que debiendo
predicar la fe, se dedicaron a divinizar patrias imaginadas.
La
falsa dialéctica del independentismo y nuestra solución
En
estos últimos años, el partido heredero de la Lliga, Convergència i Unió,
quiere lanzarnos a la aventura que ya intentaron sus antecesores y que nos
llevó a la debacle durante la República. El actual presidente de la Generalitat
de Cataluña (el nuevo Rey Arturo) debe saber que los vientos que ahora siembra
le revolcarán hasta su ruina, al igual que en su tiempo le sucedió a Cambó; igualmente
debe ser consciente que el catalanismo radical que ha alentado, financiado y
dirigido, le acabará tarde o temprano sobrepasando y que su soñada Cataluña independiente no sería un oasis capitalista sino un
gulag socialista. ¿Acaso nadie se ha preguntado por qué durante la última
manifestación separatista del 11 de septiembre apenas se vieron banderas
catalanas, en cambio sí innumerables esteladas?
La respuesta es sencilla, los independentistas ni siquiera aman la
cuatribarrada y la han profanado con una estrella revolucionaria. El Estado que
añora el resto caduco de la burguesía catalana que nadie piense que sería un
paraíso de libertades, donde se restituyeran fueros y constituciones tradicionales.
Por el contrario, sería un Estado hipercentralista del que hubiera aborrecido
cualquier catalán de siglos pasados.
Desde
esta montaña sagrada, a los pies de la “Moreneta”, queremos proclamar que no
debemos caer en la falsa dialéctica que quiere enfrentar los amores a Cataluña
y España. El catalanismo es una
perversión de la catalanidad, así como el nacionalismo español es una
deformación del amor Patrio. No podemos permitir que el odio se instale en
Cataluña hacia el resto de España y viceversa. Los requetés que aquí reposan
nos impelen a demostrar que esos amores se pueden aunar y que la mejor forma de
amar España es siendo verdaderos catalanes; que la Catalanidad es una concreción de la Hispanidad, así como la Hispanidad
lo es de la Cristiandad. Nuestra misión es impedir que el catalanismo se
apodere de lo catalán, pues es su antítesis. Sí, éste es el remedio frente al catalanismo:
simplemente ser catalanes. Demostremos a España que nuestra condición de
ser buenos españoles es previamente ser buenos catalanes. Esto es lo que nos
enseñaron nuestros mártires y es lo que nos demandarán cuando nos encontremos
con ellos en el cielo.
Amigos,
correligionarios, comprometámonos a seguir la senda de estos mártires y
defender nuestra amada tierra, gritando
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España! ¡Visca Catalunya espanyola!
Montserrat, 30 de
septiembre de 2012